lunes, 20 de agosto de 2018

#LunesDeMierda: ‘Cómo auto boicotearte en una entrevista de trabajo’


Hoy en #LunesDeMierda: ‘Cómo auto boicotearte en una entrevista de trabajo’
En primer lugar, busca una oferta de empleo que se amolde perfectamente a lo que sabes hacer y te gusta. Inscríbete en ella tantas veces como puedas, es decir, en todos los portales que publiquen la oferta. Después, investiga un poco y consigue todas las cuentas de correo relacionadas con la empresa para enviarle de forma masiva tu CV y tu carta de presentación en la que explicas ampliamente por qué tienen que contratarte. Si no les llega que no sea porque no lo has intentado.
Mantente pendiente del estado de tu candidatura, y si ves que te ‘descartan’, busca a través de LinkedIn a alguien relacionado con la empresa para preguntarle por qué te han eliminado del proceso (esto último ha de leerse con acento latinoamericano neutro, quienes hayan visto 3% lo entenderán…). Cuando esa pobre alma te responda y te diga que va a hablar con RRHH porque eres lo que están buscando, mira impaciente tu teléfono hasta que suene, esto hará crecer tu hype por momentos y hará que vivas aún mejor el desenlace final.
Como tienes otro trabajo, mal pagado pero al que le estás cogiendo cariño (síndrome de Estocolmo, como te ha diagnosticado un gran escritor), cuando te llamen no podrás atender la llamada, pero no importa, porque ahí estarás tú, con tu hype dándolo todo, devolviendo la llamada justo al terminar tu jornada laboral, y pasándote veinticinco minutos hablando por teléfono, afónica perdida porque dos días antes se te fue la voz en un taxi y después decidiste que era una gran idea cantar el Sobreviviré de Mónica Naranjo en el karaoke un martes a las 3 de la mañana. Pero bueno, ahí estás tú, vendiéndote entre gallo y silencio mientras te asas de calor en el coche, al sol, a las dos de la tarde, y con todo cerrado porque si abres la ventanilla o pones el aire, el ruido va a hacer que sea imposible que te oiga tu interlocutor.
Cuando termine la entrevista, y tu interlocutor te diga que se lo pensará, y que ya si eso se pondrá en contacto contigo (por correo para darte las gracias por participar; por teléfono para concertar una entrevista presencial), no sufras, porque para entonces te habrás vendido tan bien que estarás convencida de que mínimo querrán conocerte. Y por supuesto, cuando te manden de nuevo el formulario de rigor, escríbeles preguntando cuál era el programa ese que te han preguntado si conocías y te has quedado mirando el infinito como esperando que mágicamente te viniese a la cabeza la imagen para saber si lo conocías, que lo mismo te sirve conocerlo para otra entrevista…
El día siguiente, cuando tu teléfono comience a vibrar con tu actual jefe al lado mirando tu pantalla del ordenador, intentando discernir qué son esos números y letras que aparecen formando un lenguaje de programación, intenta no entrar en pánico. Sí, es él, lo sabes, tu hype se encargó de memorizar su número, pero no, no es el mejor momento para cogerlo. Espera… espero por lo menos hasta que tu jefe se haya marchado… Sabes que tarde o temprano lo hará. Sé paciente.
Cuando te encuentres en la soledad de tu oficina, triste, acalorada (porque tu jefe quiere ahorrar en luz y te mira mal cuando enciendes el aire acondicionado), entonces es cuando debes coger tu teléfono, respirar hondo y devolver la llamada.
¡Sí! ¡Entrevista el lunes! Pero eso ya lo sabías. En una semana has pasado del descubrimiento a la sobre excitación más… ¿desbordada?¿absurda? Bueno, ¿eso qué importa? El lunes viste la oferta, el martes te descartaron, el miércoles preguntaste los motivos, el jueves te entrevistaron por teléfono, el viernes te confirmaron que tendrías una entrevista presencial, y el lunes… Bueno, vayamos por partes…
Ahora llega la parte más importante, como la entrevista la tienes el lunes, pásate el fin de semana elucubrando qué pasará el lunes. Plantéate diferentes supuestos, conversaciones, salidas a preguntas incómodas. ¡Todo! Imagina todo aquello que podría pasar, esto hará que tu hype aumente por segundos, y sabes que, aunque trabajas mejor bajo presión, si llegas con diferentes opciones, será más fácil que todo salga perfecto.
Y el lunes… el lunes… el lunes madruga, prepárate, ponte guapa, echa los tacones al maletero, porque llevas todo el verano en chanclas ¡pero así no se va a una entrevista que llevas preparando una semana! Sal del trabajo con ansias, quieres llegar antes de la hora que te han dicho, hora que además han elegido para que puedas asistir, es una hora especial para ti. Las dos y media de la tarde. ¿Qué tipo de empresa te hace una entrevista a esa hora? Pues está claro, ¡una que está interesada en ti! ¡Esto ya está casi conseguido! ¡Mierda! En tu oficina no hay baño y con los nervios ¡llevas miccionándote desde las once de la mañana! No pasa nada, primero lo primero, ve al baño, que en ese estado sabes que no eres capaz de pensar, la hinchazón de tu vejiga rompe todas las comunicaciones entre tus neuronas. Una vez que ya te has quedado relajada, busca la puerta de la oficina, llama, sonríe, paso firme y hacia delante.
Cuando entres en la sala de reuniones, estudia tu alrededor. Una mesa grande, sillas cómodas, una pizarra con palabras claves escritas en azul, y a tu espalda lo que debe ser un office… Cuando lleguen no te muestres nerviosa, recuerda, sonríe e interpreta tu rol, llevas años practicándolo, debes parecer segura de ti misma, orgullosa de tu experiencia, de tus esfuerzos y méritos. Sonríe. ¡No, no! No tuerzas el gesto cuando te anuncien que te harán un examen, ¡no! ¡Ellos olerán el miedo! Tranquila, sabes hacerlo, llevas años haciéndolo. Eso, cambia de tema, hablad de cosas importantes. No, no seas bocazas, no digas eso… Ni eso… ¿por qué te estás haciendo esto? No parezcas necesitada, no hables mal de nadie, ponte derecha, no cruces los brazos, ¡¡no te quejes, por dios!! Con lo guapa que habías salido de casa esta mañana y tenías que abrir la boca… Bueno… no pasa nada, ahora la prueba, seguro que será algo fácil, llevas haciendo esto años… ¡Anda, mira! Si hasta te sientan en un Mac… ¿Por qué miras el enunciado con cara de retrasada? Céntrate, es fácil, es lo que haces siempre… ¿por qué quieres hacer una campaña de Ads en un psd? Bueno, vale, haz primero el diseño del Newsletter… vale… “Te quedan 5 minutos”, ¿¿¿WTF??? Eso no puede ser, si acabas de empezar… oh… pues sí que llevas 35 minutos haciendo el imbécil… ¡Venga! Abre un editor de texto y empieza a escribir un texto sugerente, palabras clave, palabras negativas, anotaciones de esas que le haces a tus clientes para venderles una idea… ¿Qué estás haciendo metiendo tantísimo texto en un anuncio? Si Facebook te bloquea los anuncios con más de tres palabras… “Bueno, se acabó el tiempo, ¿has acabado?”. ¿Qué es eso que te cae por el labio? ¿es babilla? ¿estás bien? ¿te ha dado un ictus? Respira… respira y… bueno, mira, por mucho que lo intentes, tu argumento no hace más que empeorarlo todo, así que mejor cállate y vete… no sé… haciendo la croqueta, mismo. ¡No, no, no mires por la ventana! Tarde, ya has visto las caras de decepción de tus entrevistadores. Huye. Huye lejos y no mires atrás. La has cagado tanto que mejor ni te llamen para darte las gracias por participar, con un correo al menos te ahorrarás la vergüenza….
Y no, no te preocupes, por que al día siguiente conocerás a otra empresa, con una oferta mejor, más para ti, y te enamorarás… Te citarán el jueves, también a las dos y media para que puedas ir, y cuando llegues te sentirás como en casa… y quien sabe, lo mismo 7 días después te den una alegría y te confirmen que en septiembre podrás dejar el trabajo que tienes de lunes a sábado para trabajar en una agencia que te ha enamorado en tan sólo dos conversaciones por chat y 30 minutos en persona… y al final, este #LunesDeMierda sólo haya sido otro lunes más… Y si en esta tampoco te cogen, pues nada, a seguir buscando...

lunes, 22 de mayo de 2017

¿Por qué?



De nuevo volvió a detenerse el tiempo. Cerró los ojos y lo comprendió todo. Mierda. Era eso.

No podía creer que les hubiese engañado así. ¿Por qué? ¿Por qué no se volvería con ella cuando aún estaba a tiempo? ¿Por qué aquella triste despedida en la distancia? ¿Por qué no cerrar los ojos y volver atrás? ¿Por qué…? Si nada había merecido la pena…Sí no había hecho más que perder el tiempo que podría haber pasado junto a ella. Una sensación de frustración envolvió de nuevo su alma, de pérdida.

Hacía tan sólo unas horas que le había acariciado el rostro, que le había besado con esa dulzura que sólo tenía con ella, que le había dicho cuán especial era y cuánto la quería. Notó su miedo, su desconfianza… pero ¿qué podía esperar? Era lo que le había enseñado. Tenía lo que se merecía por no haber estado allí en cada cumpleaños.
Tobías les había traicionado… Qué estúpidos… Ahora eran ellos quienes habían pecado… Habían pecado de ingenuos, de idiotas… ¿Por qué ninguno se dio cuenta? ¿Por qué no se dio cuenta Leo? ¿Por qué no se dio cuenta ella? Si le resultó extraña la colocación de las joyas, si el cuadro de Rafael le parecía diferente… ¿por qué no cayó a tiempo? ¿Por qué…? Debían protegerla y ahora tenía el cuello abierto, ensangrentado, y se encontraba a los pies del artista… Volver… ¡eso es! ¡Aún había tiempo! Pero ya era tarde, Olivia se levantó del suelo, seguía viva, pero ya de nada les serviría… No lograba entender por qué no había desconfiado de Tobías cuando éste confió en el aprendiz de Ágata, un completo desconocido… No había vuelta a atrás. Ojalá pudiese volver a la noche anterior, antes de todo aquello, antes de confiar ciegamente en Séfora, y en que sería capaz de “salvarlo”… Tal vez juntos lo podrían haber visto… o tal vez otra persona… ¿Por qué no vio ese futuro la noche anterior? Vio a Olivia dar su vida y viviendo una mejor, con el amor de su vida, siempre inseparables… pero debería haber sido en el templo, y ahora aquellos huesos tan sólo eran una pila de escombros… No lo vio tampoco. No vio nada de lo que estaba ocurriendo. 
Cinco años esperando… cinco años siendo paciente para obtener un resultado que nunca llegó. Sergio se cansó de esperarla… Susana se olvidó de ella… Incluso Mía olvidó quién era… dejó de ser ella misma para ser Lola, pero ¿para qué? ¿Para provocar que se liberase aquel mal? ¿Para ver pasar su vida viviendo la de otra persona? Un pensamiento cruzó su mente, “dispara”, encañonó su arma, y aunque Séfora se adelantó, todos atacaron… pero ya era tarde… ya había comenzado… ya era demasiado grande el engaño… Ya había ganado. Habían hecho lo que él quería… Les había tenido en su mano y se la había jugado…
¿Qué destino le depararía ahora a aquella niña? Todo había terminado… No temió por sí misma, nunca lo hacía, temió por el futuro. Ese futuro incierto lleno de oscuridad, de demonios que habían dejado de ser propios, y su mayor miedo fue entonces su pequeña. 
Luchó, huyó y regresó a casa. Pero ya era demasiado tarde, y Samael disfrutó de su pequeño juego. Realmente nunca fue libre, sólo creyó serlo, sus caminos se habían unido la noche antes con aquel lirio que le traería tanta desolación. Una noche no pudieron huir más, no pudieron esconderse de él, y él las encontró. Juró no herir a la pequeña si cazaba para él, pero sabía que mentía, como siempre había hecho. La torturó mil veces antes de que su voluntad cediera, y cuando no pudo más, comenzó a cazar a cambio de que la pequeña Susana dejase de sufrir... 
Y Mía dejó de ser Lola, y Lola dejó de ser ella misma para ser el monstruo en el que se convertiría, el monstruo que ya había comenzado a ser aquella noche en el parque, cuando llamó a Alba, la chica con la que comenzó todo en Barcelona.

domingo, 21 de agosto de 2016

A través del espejo

Había comenzado a llover y mientras esperaba que el semáforo se pusiese en verde, se había quedado exhortada contemplando a través del espejo aquellos ojos color miel que le miraban fijamente, impacientes, preguntándose cómo podrían haber salido unos ojos tan claro de otros tan oscuros.
―¿Pero por qué? ―Volvió a preguntar la pequeña de seis años.
―¿Por qué qué, cariño? ―reaccionó desconcertada ante la mirada atónita de la niña.
―Que ¿por qué no me respondes? ―insistió mirando a su madre fijamente a través del retrovisor del coche.
―¿Qué me has preguntado?
―Que ¿a qué sabe la lluvia? ―La niña le miraba fijamente esperando una respuesta.
―¡Ah! Pues depende de dónde llueva… Si llueve en la playa, sabrá salada; si lo hace en el campo, sabrá a tierra mojada, y si lo hace en una gran ciudad, puede saber a cualquier cosa…
―Pues Marita dice que sabe a lágrimas de ángel…
―¿Y a qué saben las lágrimas de ángel, cielo?
―Pues a lluvia… ¿no?
―¿Y tú crees que saben a eso?
―No… ―respondió la niña dubitativa mientras miraba las nubes por la ventanilla ―Pero no creo que sepan a lágrimas de ángel… ¡yo creo que saben a lágrimas de unicornio! Porque cuando llueve hay arcoíris, que son las colas de los unicornios…
―¿Y por qué van a llorar los unicornios?
―Pues… porque están tristes… y cuando dejan de estarlo, se van volando… pero como vuelan muy rápido, pues sólo se ve su cola… A lo mejor están tristes porque se sienten solos… y cuando uno llora, otro le encuentra… y se van juntos volando… y así son felices… como cuando yo me pierdo… que lloro, y cuando tú me encuentras ya soy feliz y dejo de llorar…
―Claro… ―respondió conteniendo una carcajada. Siempre le había llamado mucho la atención la imaginación de la niña, y no podía evitar pensar en las cosas que le pasarían por la cabeza y que se guardaba para ella, aunque en más de una ocasión le había oído hablando sola en su cuarto, mientras jugaba con sus muñecos, inventando historias. Decía que de mayor quería ser cuentacuentos, como la madre de su amigo, un niño de su clase al que el resto de niños solían tener marginado, pero que a su niña le caía muy bien, y que en alguna ocasión había invitado a casa.

Susana volvió a mirar por la ventanilla, pero sus ojos ya no mostraban la ilusión de hacía unos minutos, sino pavor al ver acercase el todoterreno verde que estaba a punto de embestirles por el lateral del coche. El recuerdo del impacto obligó a Lola a salir del trance con la cara llena de lágrimas, esa fue la última imagen que vio de su niña antes del incidente.


martes, 19 de abril de 2016

Tacones bajo la lluvia


Al empujar la puerta de cristal con fuerza dio un pequeño traspié. Hacía tiempo que no usaba los tacones, y aún no se había acostumbrado al equilibrio que tenía que hacer con ellos, y el bolso pareció molestarle al quedarse enganchado al pomo. El frenar de la poca inercia que le quedaba esa noche le hizo recordar el cansancio que llevaba acarreando algunos días.
Algo asomaba por la rendija del buzón, y se acercó a mirarlo de cerca. Parecía un papel doblado. No ponía su nombre pero estaba escrito a mano. Lo leyó detenidamente antes de chasquear la lengua. Aunque quien lo había redactado pretendía dirigirse a ella, se notaba que no era más que una nota genérica de alguien que no debía tener un ordenador ni dinero para fotocopias, aunque quizás, pensó, se tratase de algún tipo de intento de campaña de marketing, buscando hacer sentir especial a quien lo leyese, haciéndole creer que se trataba de una carta hacia esa persona en concreto. Se detuvo en una línea, “te estamos esperando”. Había estado pretermitiendo las incoherencias gramaticales, y poniendo comas donde no las había, pero a mitad de la carta, ya se había aburrido de leer un texto escrito por alguien que lo más probable es que ni siquiera se hubiese leído la Biblia a la que tanto mencionaba. Al leer “volveremos mañana a buscarte”, no puedo evitar una risa socarrona. Ya podrían llamar cuanto quisiesen, que no iba a molestarse en salir de la cama para escuchar a un mojigato vendiéndole mierda.
Abrió la puerta del ascensor. Aunque solía subir por las escaleras, no tenía ganas de subir las siete plantas, estaba demasiado cansada y sólo quería quitarse la ropa y tirarse en la cama. La pared del fondo tenía un enorme espejo, y apoyada en un lateral se escrutó minuciosamente mientras la luz parpadeaba. Había salido a la calle antes de la lluvia, y ahora se sentía un gato mojado. Volviendo a casa había llovido tanto que se le había calado la ropa, traspasándole incluso la cazadora, comprobando al abrirla que también tenía mojada la camiseta medio transparente que dejaba entrever su sujetador. Al apretar la minifalda pudo sentir el agua recorrer su muslo hasta adentrarse dentro de la bota. Sí, definitivamente estaba empapada… El pelo también le goteaba, y su rostro estaba completamente mojado, alegrándose de usar poco maquillaje. Lo único que había resistido toda la noche había sido el pintalabios rojo.
Un movimiento brusco fue la señal de que ya había llegado a su planta. Empujó la puerta con fuerza mientras preparaba la llave del piso, y tras un “clack” sordo se abrió la puerta. La luz estaba encendida, aunque recordaba haberla dejado apagada. Recolocó las llaves en su mano y se preparó para dar el primer golpe, el de la “sorpresa”.
―Hola, ya no sabía si volverías hoy.

martes, 5 de abril de 2016

Una chica como tú no debería...



― Una chica como tú no debería caminar sola por la noche.
― ¿Tengo pinta de que me importe tu opinión? ―respondió Lola mientras chasqueaba la lengua con un gesto de desprecio. Realmente no le importaba lo que opinase aquel desconocido, y a decir verdad, no le importaba lo que ningún borracho pudiese decirle a las 3 de la mañana. Había salido sola, como otras tantas veces a hacer lo que mejor se le daba, conocer gente. Precisamente en eso se basaba su ‘trabajo’, y al haber llegado a una nueva ciudad, casi tenía que empezar de cero. En realidad, era lo que más le gustaba. En cierto modo, era lo que le daba la vida.
Había estado recorriendo los bares de la zona, y poco a poco se había ido animando. Nuevos clientes habían engrosado su 'agenda', y eso era bueno para el negocio, aunque también había tenido que lidiar con algún gilipollas, y demasiados ‘cumplidos’ que no le habían hecho gracia. Y aunque no había encontrado a quien buscaba, consideraba que había sido una noche productiva.
Pero la temperatura había disminuido a la mitad de la que hacía cuando salió a la calle, y no llevaba bastante ropa como para estar a la intemperie, además, no tenía ganas de seguir dando vueltas, estaba un poco asqueada de tantas cosas…
Prométeme que no te meterás en líos”. Hacía tiempo que había perdido la cuenta del número de veces que había oído esa frase, y sin saber por qué se le vino a la cabeza mientras puenteaba un coche.
Al arrancar el motor, un humo negro salió del tubo de escape. Buscó la radio y le dio a reproducir el disco que estaba puesto. Primera. Segunda. Tercera. A penas había gente por la calle, y hacía horas que no oía las ambulancias. Se había enterado esa noche de que estaban haciendo un simulacro de emergencia, lo cual explicaba el exceso de policía en la ciudad, no le interesaba que la parasen, aunque ¿quién pararía a una chica guapa que regresa a casa sola en un coche viejo? Los tacones le estaban matando y había optado por conducir descalza.
En su cabeza resonaba como un eco aquella petición de promesa que no había podido cumplir. Aquella que le había llevado a marcharse lejos. Y aquel último “te quiero” que le había sonado tan amargo.
Se sentía cansada. Uno de tantos borrachos, en un inútil afán de ‘hacerse el interesante’ había tratado de psicoanalizarla. ¿Por qué todos creían conocerla? Le molestaba que un desconocido le diese su opinión, aunque se sentía satisfecha de dar la imagen que llevaba preparando tanto tiempo, modelándola a base de esos mismos psicoanálisis que tanto le irritaban. ¿Serían consciente todos ellos de lo que habían creado? Probablemente no, tampoco le importaba. Pero esta vez algo le había desconcertado, aquel chico, tras unos minutos, le había abrazado y besado el pelo antes de marcharse.
Siempre la misma historia. Siempre el mismo interés. La misma soledad. El mismo silencio cuando terminaba la noche. Y la misma cama vacía que le permitía descansar sin ser molestada.

viernes, 1 de abril de 2016

Otra noche más


Otra noche más, lo único que se oía a través de las sucias paredes del piso eran los gritos de desesperación de aquella muchacha. A él no se le oía alzar la voz, pero se podía intuir lo que estaba ocurriendo. En más de una ocasión se había escuchado a la chica describir lo que él le hacía, pero por su lenguaje no parecía más que una pataleta adolescente, y esta vez parecía más de lo mismo, pero un nombre salió a la luz, ‘Carlos’, ¿quién sería Carlos?
Un golpe fuerte te hace dar un brinco en la cama y mirar a tu mesita de noche. Comienza a cansarte esa situación que se repite día tras día, haciéndote preguntar si lo que ocurría allí merecería tanto la pena. Muebles que se arrastran, como un barrido, mientras ella grita desesperada, patalea y llora. Otro golpe, algo ha chocado arrasando lo que había a su paso. Te levantas cogiendo lo que tan oculto tienes en el primer cajón, te vistes y sales al descansillo. Llamas a la puerta. Silencio. Un hombre que debe rozar la cincuentena te abre la puerta, impasible. Te mira la mano pero no reacciona, y golpeas su cara. Sabes que tal vez te saque treinta kilos, pero no te importa. Vuelves a golpearle, y una vez en el suelo, te das cuenta de la sangre que mancha la pared mientras él solloza. La patada en la cara le deja sin sentido. Inmóvil. Entras en la habitación, y ahí está ella, en pijama, asustada y llorando contra la pared. Reconoces su cara enrojecida. No tendrá más de veinte años, y cuando te acercas se encoje. Te pones de cuclillas mientras la miras, sin decir nada. Sabes que no puedes dejarla ahí y le tiendes la mano que no tienes ensangrentada. La otra te arde y sientes la adrenalina escapar por cada poro de tu piel. Se levanta y te abraza, casi te deja sin aire. Te separas, “coge tus cosas”. Sabes que has causado más miedo que incertidumbre, pero ella obedece. Coge una mochila, mete algunas cosas y te acompaña a la puerta. Mira el cuerpo ensangrentado mientras sale del piso. Regresa y coge las llaves del mueble de la entrada para después cerrar la puerta tras de sí.
Sabes a dónde llevarla, y camináis durante un largo rato hasta que abres la puerta de otra casa, en otro barrio. Le indicas dónde puede dormir y regresas al salón con una cerveza en la mano. Al poco ella aparece por la puerta, aún sigue en pijama, te pregunta si puede sentarse contigo, y termina hecha un ovillo en el sofá… Te preguntas qué pasará por su cabeza en ese momento, pero no habla, y sabes que se ha quedado dormida. No entiendes cómo puedes confiar en ti si no te conoce, pero sientes su tranquilidad al respirar.

jueves, 31 de marzo de 2016

Borrachos en un bar



Como otras tantas noches, Jonás contempló su copa sobre la barra del bar. Ya se había acostumbrado a que Lidia nunca apareciese. Se había cansado de esperarla. Había asumido que aquel “te veo mañana” tan sólo había sido otra de tantas mentiras, y eso le cabreaba. Al mover la mano torpemente, derramó parte de su copa, bebió lo que quedaba en ella, se levantó y se marchó, tal vez a casa, donde Sara, su mujer le esperaba todas las noches, convencida de que su marido llegaba tarde del trabajo.
Ana miraba impaciente hacia la puerta, esperaba al chico del que se había enamorado la noche anterior nada más conocerlo. Dos frases habían llamado su atención, y al mirar tras el chico que se encontraba entre ambos, se había encontrado con aquellos ojos verdes que sabía pertenecían al amor de su vida. Los nervios la devoraban por dentro.
Andrés tuvo que esquivar a un hombre que se levantó tambaleante de la barra mientras sacudía su mano con desprecio. Saludó a Ana con una sonrisa tímida. No estaba seguro de si ella se alegraría de verle, ni si estaría igual de nerviosa que él. Detuvo su paso, mejor se pediría antes una cerveza. Llamó al camarero, así tendrían tiempo de llegar el resto de sus amigos, que se habían quedado en la puerta fumando.
Víctor llevaba ocho horas sirviéndole copas a los borrachos que frecuentaban su bar, y encima el último le había puesto la barra perdida. Sabía que los clientes querían que les pusiese otra copa, pero su jornada ya había terminado, y no pensaba servir ni una más.
Rosa llegaba tarde, como siempre, y sabía que Víctor se cabrearía por hacerle esperar. Al llegar a la puerta del bar se cruzó con una pelea en la puerta, un par de borrachos con cualquier excusa para darse unos golpes. El portero ni trató de detenerlos, tan sólo los empujó lejos de la puerta y la dejó pasar.
Carlos se había quedado rezagado con las últimas caladas de un cigarrillo, pero sus ganas por entrar y volver a verla le hicieron tirar la mitad al suelo, le recordaban tanto a Lidia… Era como volver a tenerla ante sus ojos, aunque sabía que eso ya no sería posible, ya que había muerto hacía unos meses por culpa de un conductor borracho que se dio a la fuga. Miró cómo pisaba la colilla y al levantar la vista para proseguir su camino, un impacto en la cara lo descolocó. Antes de poder reaccionar sintió cómo lo empujaban contra el suelo, cayendo de espaldas. El cuerpo del otro cayó sobre él mientras le golpeaba torpemente.
Víctor salió de la barra al ver entrar a Rosa, su mirada lo dijo todo, siempre llegaba tarde, y hoy él tenía prisa, había quedado con la vecina de su hermana, una chica de unos treinta años a la que su marido le era infiel y se había cansado de sentirse estúpida.
Ana vio al amigo de su ¿”cita”? Se preguntó si la gente seguiría llamándolo así, y si para él lo sería. Pero el tiempo pasaba y ella comenzaba a inquietarse, ¿y si no acudía?
Sara se impacientaba. Había ido a recoger a Víctor al salir de la oficina, y ya habían pasado diez minutos desde que él debería haber salido. Se preguntaba si tal vez le hubiese dado plantón, o si se habría equivocado. Tal vez había salido antes y se habían cruzado, o si simplemente él la había visto y la había esquivado. Por un momento pensó que había sido un error ir. Y se volvió a sentir estúpida.
Cuando Rosa le puso la cerveza a Andrés, éste continuó su camino hasta Ana. Al verla se puso nervioso y su primer pensamiento cuando le preguntó por Carlos fue decirle que no había venido, que había quedado con una amiga. Pero de sus labios sólo salió un murmullo que debió sonar a un “no sé, se ha quedado fuera”.
Dos agentes de policía salieron de un coche que pasaba por la zona antes de que Carlos pudiese incorporarse. Notó como uno de ellos lo levantaba con violencia mientras le gritaba que le diese la documentación.
Sara había salido de su coche, y mientras se fumaba un cigarrillo, nerviosa, le sorprendió Víctor. No le había visto llegar, y el susto la descolocó. Él se metió en el coche esperando a que ella entrase. Cuando se montó, él, con una sonrisa, le indicó qué dirección debían tomar para ir a su casa.
Ana salió del bar, esperando ver a Carlos, pero lo único que encontró fue un bullicio de gente, y un coche de policía que se marchaba con las luces puestas. Pensó que tal vez se lo había pensado mejor y se había marchado.